TITULO: Mi familia y
otros animales
AUTOR: Gerald Durrell (Jamshedpur,
Raj Británico 1925- Jersey 1995)
EDICION: Alianza Editorial. Biblioteca Durrell.
Yo no sé de dónde salió este
libro, de verdad. Estaba entre los
libros de mi madre, que están todos en mi casa porque la suya se vendió y en la
residencia dónde vive no hay sitio para tanta estantería. Esto sería para dedicarle un buen rato: qué pasa con nuestros libros
cuando ya no pueden estar todos con nosotros. Los que los atesoramos quizás lo hagamos por la loca idea de que ahí, en esa
estantería (que pensamos guarda un orden
perfecto pero es ininteligible para los demás) retenemos para siempre
todos los matices de cada historia, todos los detalles que vivimos como propios
y hasta los que nos pasaron inadvertidos y que quizás, en un segunda o tercera
futura lectura, sepamos ver y exprimir más. Se trata de eso esto de tanto leer, de atrapar
personajes, frases, olores, emociones, universos ajenos y hacerlos propios.
Controlarlos a nuestro antojo, entrando y saliendo sabiendo que (o más bien
creyendo que) no nos afectan y podemos permanecer indemnes a todos ellos. ¿Y
qué haré cuando todos ellos ya no puedan estar a mi lado? Pero aquí solo se trata de contar algo de
este libro tan bonito, tan dulce, de G.
Durrell.
El caso es que no recuerdo
habérselo comprado y ella, mi madre, ahora tampoco recuerda muy bien si lo leyó o desde cuando lo tenía. Ella ahora lee, vive el libro, pero ya no se lo
apropia porque su memoria guarda unas cosas si y otras no y por lo que veo,
esto de las historias leídas va quedando en la parte del “no” muy a menudo.
Han sido meses sin poder leer de verdad, en los que sólo he hojeado
algunas páginas de dos o tres libros que finalmente quedaron apartados en espera de que lo que fuera que se me había
descolocado volviera a funcionar. Pero vi éste, con esa portada de colores
alegres y a la vez algo triste por las expresiones de los personajes y como
además no tenía ninguna referencia del autor ni del título, decidí intentarlo con
él.
Empiezo contando algo del autor
ya que el libro cuenta sus vivencias con su
familia, así que es bueno situarnos en quien fue.
Sus padres habían nacido en
India, de origen británico el padre e irlandesa la madre. Gerald Durrell también
nació en India, en 1925 y la familia
regresó a Inglaterra tras la muerte de su
padre en 1928. Siendo muy
pequeñito visitó un zoológico en India y él mismo atribuía a esta visita su posterior pasión por los animales. Entre
1935 y 1939 la familia se
trasladó a Corfú, a un ambiente exótico que el joven de 11 años aprovechó para
familiarizarse con nuevas especies de animales y que le sirvió de base para este libro y las secuelas que
luego escribió, la “Trilogía de Corfú”.
Durante la Segunda Guerra
Mundial, ya de vuelta en Reino Unido,
trabajó para varias tiendas de mascotas y zoológicos y realizó varias
expediciones.
Poco a poco el autor se fue
haciendo cada vez más conocido por sus posturas conservacionistas y sus
relatos. Durrell escribía para financiar sus expediciones y la fama que obtenía
le llevó a trabajar como presentador para la BBC, facilitando la creación de su
propio zoo en la isla de Jersey.
Falleció en 1995.
Para más detalle de su vida y
obra, podéis ir a https://es.wikipedia.org/wiki/Gerald_Durrell
Sobre el zoo de Jersey he
encontrado un artículo en El Pais, de 18/07/2016
https://elpais.com/elpais/2016/07/18/eps/1468793107_146879.html
. Es muy interesante e ilustra la personalidad de este escritor.
En cuanto al libro “Mi familia y
otros animales”, se publicó en 1956. Durrell vivió en la isla de Corfú desde marzo
de 1935 hasta julio de 1939. Llegó con 10 años junto a su familia, compuesta
por la madre viuda, el hijo mayor Larry, escritor incipiente, el hijo Leslie,
adorador de barcas y armas, y la hija Margo, obsesionada con la dieta. Y el
perro, Roger. Durante esos años vivieron en tres villas diferentes, que son las
tres partes en que se divide el libro.
Es con los ojos de aquel niño, o lo que él recuerda, que
nos va desgranando escenas familiares llenas de excentricidades y sus
choques y relaciones con los habitantes de la isla, todo envuelto en el más
amable humor británico. Pero lo que realmente me ha llenado a mí y ha hecho que
disfrutara cada página, han sido las descripciones de cómo ese niño vivía cada descubrimiento
de un nuevo animal o de una pequeña cala de aguas cristalinas, o las enseñanzas de los variados tutores y
nuevos amigos que le fueron acompañando y abriendo los ojos a toda esa vida que
estallaba en cada rincón donde posara su mirada infantil.
Después del Prólogo, realizado
por su hermano Lawrence Durrell, autor del “Cuarteto de Alejandría” y que entonces era un joven Larry , el autor hace un “Discurso para la defensa” y dice:
“Esta es la historia de cinco
años que mi familia y yo pasamos en la isla griega de Corfú. En principio
estaba destinada a ser una descripción levemente nostálgica de la historia
natural de la isla, pero al introducir a mi familia en las primeras páginas del
libro cometí un grave error. Una vez sobre el papel, procedieron de inmediato a
tomar posesión de los restantes capítulos, invitando además a sus amigos. Sólo a
través de enormes dificultados, y ejercitando considerable astucia, logré
reservar aquí y allí alguna página que poder dedicar exclusivamente a los
animales.”
Y así transcurre el libro, alternando aventuras por los campos amplios de la isla o por sus aguas cristalinas y descubriendo la vida de pequeños insectos y todo tipo de animales, con las aventuras a menudo más ilógicas e incluso extravagantes protagonizadas por Gerald y su familia, todo ello con el contrapunto de los diferentes habitantes de la isla que les acompañan. Atardeceres dorados en la quietud del campo en verano, noches al lado del mar con la compañía de su perro. Pequeños animalitos observados y estudiados con sus ojos asombrados, gente que aparece en sus vidas con quien comparten charlas, bromas o comidas y fiestas. Y todo rodeado de un verano casi permanente, porque supongo que para aquel crio que llegaba de Reino Unido, el clima de Corfú le debió parecer un continuo verano-primavera.
Así que una página tras otra he
recuperado el sabor de las buenas lecturas a sorbos lentos, pasando con calma
las hojas mientras en mi jardín cantaban las chicharras o, ya anocheciendo,
empezaba a oírse algún grillo escondido tras los geranios, oculto para que los
gatos no cortaran de golpe su canción. He podido disfrutar de nuevo de algunos
recuerdos de mi misma, cuando con esa edad misma edad del protagonista, me iba a los campos que había cerca
de mi casa, cerca de la Sierra de Madrid, y observaba las telas
tejidas por las arañas, cómo brillaban al sol y se agitaban con cualquier brisa.
Yo también tuve una tortuga con un caparazón amarillo y negro que cuando le
daba de comer trocitos de tomate y de
lechuga, me parecía que hasta corría para cogerlos de mi mano.
Ha sido una lectura curativa que
me ha puesto de nuevo en contacto con la niña que amaba el campo y todos los
bichitos, salir en bicicleta por aquellos caminos y al volver a casa, agotada,
cogía el montón de tebeos y alternaba su lectura con algún libro de Los Cinco.
Y en cuanto a la portada, que me
ha llamado la atención, supongo que ha sido elección de la editorial actual
porque en otras ediciones es diferente. La verdad es que no trasmite creo yo el
espíritu del texto ni corresponde con la época en la que se desarrolla. Es un
cuadro de Henri Rousseau, pintor surrealista. “La calesa de Papá Junier”.